EL OLIVO, UN ÁRBOL VENERADO

El olivo y el aceite siempre han estado unidos a los mitos y las religiones más antiguas que surgieron en torno al mar Mediterráneo. La mitología clásica considera que fue la diosa Atenea, protectora de la ciudad de Atenas, la que introdujo el olivo en el Ática. Cuando el dios Poseidón regaló a los habitantes de esta región un lago sagrado en la Acrópolis con la intención de disputarle la soberanía de la ciudad de Atenas, la diosa reaccionó haciendo brotar un olivo.

La decisión de los dioses le fue favorable porque el olivo vivía centenares de años y daba frutos comestibles de los que se obtenía un aceite maravilloso que tenía múltiples utilidades. Además, servía como alimento de gran valor nutritivo, se utilizaba para el cuidado del cuerpo, curaba las heridas y las enfermedades, y era fuente de luz en muchas viviendas y templos. El olivo ha sido el árbol más venerado por los pueblos del Mediterráneo, siempre estuvo vinculado a las ceremonias religiosas y fue imprescindible en el culto a los dioses y a los muertos.

Con ramas de olivo se coronaban los vencedores de las competiciones deportivas y de las guerras, y fue símbolo de la paz, la fama y la riqueza.

LA COMARCA DE PRIEGO DE CÓRDOBA

 
La presencia de numerosos restos arqueológicos relacionados con la obtención de aceite en la comarca de Priego de Córdoba demuestra que ha sido una actividad tradicional e importante.
Son frecuentes los hallazgos de prensas romanas y se han inventariado numerosos yacimientos. A partir de mediados del siglo VIII, la comarca de Madinat Baguh (Priego) fue ocupaba por los musulmanes pero los olivos y el aceite siguieron siendo protagonistas de su economía. Los viajeros que describieron la comarca dijeron que era una zona montañosa en la que abundaban los olivos y en la que había ríos que movían molinos. Cuando, a partir del siglo XIV, en estas tierras se asentaron los castellanos, el aceite se incorporó pronto a su gastronomía y, tras la recuperación demográfica que tuvo lugar durante el siglo XVI, se produjo la puesta en cultivo de nuevas tierras y un incremento de la producción de aceite que sirvió para abastecer la demanda desde otras regiones españolas e incluso para la exportación a América. 
Desde mediados del siglo XVIII se produjo una progresiva expansión de la superficie olivarera. En la actualidad la práctica totalidad de la superficie agraria útil está dedicada al cultivo del olivar.